lunes, febrero 28, 2011

"!Rechacemos la mentira!" (A. Solzhenitsyn). Claves para una ética cívica personal

!Rechacemos la mentira!


Se acostumbra a minimizar que el Premio Nobel de la Paz Alexandr Solzhenitsyn, brutalmente ignorado por la intelectualidad occidental cuando, después de poner en evidencia la realidad del sistema soviético, dejó muy claro que no iba a dedicarse a adular las sociedades de consumo occidentales, propuso a todos los ciudadanos decentes del mundo un código de conducta muy simple: rechazar la mentira. Conviene aclarar que existe una diferencia de matiz relevante entre "decir la verdad", ética racional universal, sencilla e irrefutable que vengo proponiendo en este blog desde hace cuatro años, y negarse a acoger la mentira dentro de uno en términos de "resistencia pasiva". Solzhenitsyn mismo lo aclara:

No es una llamada a filas. No hemos madurado para salir a la plaza y proclamar la verdad públicamente, y expresar en voz alta lo que pensamos. No es necesario; aunque es terrible que no podamos hacerlo. Pero, al menos, !neguémonos a decir lo que no pensamos! (Solzhenitsyn, A., Alerta a occidente, Barcelona, Acervo, 1978, p. 45).

El rechazo de la mentira es algo así como una resistencia pasiva que no obliga más que a no convertirse en una caja de resonancia del discurso oficial, algo que está en nuestro poder y que, sin embargo, las más de las veces despreciamos como un detalle insignificante, cuando podría tener consecuencias decisivas en la lucha contra la opresión antifascista:

Aquí yace la clave que despreciamos. La más sencilla, la más asequible para alcanzar la liberación: !LA NO PARTICIPACIÓN PERSONAL EN LA MENTIRA! Que la mentira lo cubra todo; pero obstinémonos en lo más pequeño: que domine pero !NO A TRAVÉS DE MÍ! (op. cit., ibídem).

Y añade: "este es nuestro camino". Se trata de la clave de una ética cívica individual que pondría en riesgo, de manera inmediata y sin sangre, el entero entramado del poder oligárquico mundial. Aplicada no sólo al ámbito político, sino a todo lo que tenga que ver con nuestra actividad como ciudadanos, de manera ejemplar para los demás, supone el primer paso hacia la verdad y, por ende, hacia una regeneración integral de las instituciones democráticas. Solzhenitsyn, quien arriesgó su vida luchando pacíficamente contra la dictadura totalitaria soviética, desarrolla con tremenda autoridad moral una suerte de decálogo del coraje cívico:

No escribirá, no firmará, no publicará de modo alguno una sola frase que, en su opinión, tuerza la verdad.

Ni en conversación privada, ni públicamente, ni mediante declaración escrita, ni como propagandista, maestro o educador; ni desempeñando un papel en el teatro; ni artísticamente, esculturalmente, fotográficamente, técnicamente, musicalmente, no representará, no acompañará, no transmitirá un solo pensamiento falso, una sola verdad tergiversada, que pueda discernir.

Ni oralmente, ni por escrito traerá a colación una sola cita "directiva", para complacer, para asegurarse, para ascender en su trabajo, si no comparte la totalidad de la idea citada o no tiene relación directa con lo que se trata.

No permitirá que contra sus deseos y voluntad se le haga asistir a una manifestación  o mitin. No tomará en las manos, no elevará una pancarta o una consigna que no comparta en su totalidad.

No alzará la mano electora de una propuesta que no comparta con sinceridad; no votará ni abierta ni secretamente en favor de un individuo que estima indigno o dudoso.

No permitirá que se le acose en una reunión en la que se espera un debate forzoso y tergiversado del asunto.

Dejará inmediatamente la reunión, la sesión, la conferencia, el espectáculo, el cine en cuanto escuche del orador la mentira, la sandez ideológica o la propaganda desvergonzada.

No se suscribirá y no adquirirá en números sueltos el diario o la revista donde la información es tergiversada y son ocultados hechos de primera importancia.

No he enumerado, naturalmente, todas las abstenciones posibles y necesarias. Mas quien comience a purificarse, con su mirada ya limpia fácilmente discernirá en otros casos.

Sí, en los primeros tiempos será difícil. Habrá quien pierda su trabajo temporalmente. A los jóvenes que quieran vivir en la verdad, al principio se les complicará mucho la vida: las lecciones que reciben están repletas de mentira, y hay que elegir. Quien desea ser honrado tiene que elegir: todos los días, todos nosotros, incluso ante las ciencias técnicas más seguras, hemos de andar o en dirección a la verdad o en el sentido de la mentira; hacia la independencia espiritual o el servilismo del alma. Y quien no tenga valor para defender su alma, que no se enorgullezca de sus convicciones vanguardistas, que no se ufane de ser académico o artista del pueblo, personalidad emérita o general; que se diga a sí mismo: soy un animal y un cobarde y sólo necesito suculencia y calor (op. cit., pp. 46-47).

Entre quienes se niegan a ser vehículos de la mentira y quienes proclamen abiertamente la verdad -que primero habrá que fundamentar con los métodos rigurosos y universales de las ciencias-, deberán existir hilos más o menos sutiles. La afirmación de la verdad exige tales sacrificios, que serán pocos quienes puedan comprometerse tan a fondo en la lucha contra el poder filosionista. Pero si están rodeados de personas que, pese a no dar ese paso al frente, al menos arropan a los valientes alzados en su negativa a colaborar con la mendacidad institucionalizada, la tarea de aquéllos resultará humanamente más asumible y efectiva.

La doctrina oficial del sistema oligárquico mundial es el antifascismo. La oligarquía transnacional vigente representa el dispositivo de poder más criminal que conoce la historia de la humanidad, pero también aquél que con más medios técnicos cuenta para sacar rendimiento a su arma principal, a saber, la mentira, precisamente, pero también, en última instancia, cualquier tipo de artilugio terrorífico que ni siquiera la fuerza de las masas podría actualmente derrotar. Ahora bien, lejos de arriesgarse a caer en esa sangrienta confesión de su carácter antidemocrático (que vale sólo para el Tercer Mundo, donde los asesinos se quitan la máscara sin empacho), en los países centrales del sistema no se nos oprime con fusiles, sino con un asfixiante lavado de cerebro filosionista y con la amenaza implícita de la denominada "muerte civil". Ésta supone en muchos casos la renuncia a una carrera profesional en el ámbito que fuere, pero singularmente en aquéllos relacionados con la cultura, la docencia y la administración pública. "Fracaso" económico y de estatus personal que, en las sociedades de consumo actuales, afecta al corazón mismo de la existencia del disidente, pues destruye su vida familiar, su equilibrio psicológico, su salud, etcétera. La "muerte civil" equivale así a un veneno lento que asesina sin dejar huellas. Para romper el bloqueo, se puede recurrir a la política, por ese motivo hemos fundado una organización que aspira, entre otras cosas, a dirigirse a la mayor parte de la población de la nación, los trabajadores, a fin de que despierten de la somnolencia propagandística en que el discurso oligárquico los ha sumido desde hace décadas.

Ahora bien, en la actualidad, políticamente ya no se trata sólo de denunciar el gulag, sino de analizar aquéllo que ha hecho posible la impunidad de la mayor atrocidad de la historia. Dicha impunidad trasciende el régimen comunista y compromete a occidente en su conjunto. Representa el hilo conductor para comprender nuestra realidad social cotidiana actual. Es necesario preguntarse cómo está constituida la estructura del poder político en el mundo occidental para que hayan podido suceder ciertos espantosos acontecimientos, de enorme magnitud -de tamaño cósmico, por decirlo así-, que interesan al núcleo mismo del discurso legitimador de nuestras sociedades (los derechos humanos) y, sin embargo, se viva como si aquéllos carecieran de importancia o nunca hubiesen ocurrido, mientras se machaca sin parar la mente de los ciudadanos con la propaganda relativa a uno solo de los genocidios habidos en el siglo XX. Sin contar con que dicho genocidio "privilegiado" ha sido tremendamente exagerado y tergiversado y que, quizá también por pura casualidad, la narración del mismo tiene por objeto central la persecución de los judíos y sólo de los judíos (gitanos, rusos y otras víctimas del nazismo son consideradas de segunda categoría). ¿Existe una relación entre la minimización del gulag y la inflación de la Shoah? Sólo un ciego o una persona muy deshonesta se negaría a aceptar la luminosa (y monstruosa) evidencia intelectual del escándalo. Esta situación puede parecer normal a algunos, porque a fin de cuentas la simple repetición de las imágenes y conceptos guía de la ideología antifascista nos ha habituado a la imagen exclusiva y excluyente del judío-víctima; ciertamente, nos habituaría a cualquier cosa que hubiésemos experimentado con tal regularidad y que formara parte de la cotidianeidad más profunda vivida desde la infancia, como lo demuestra la naturalidad con que se aceptan los dogmas religiosos más absurdos siempre que se imbuyan tempranamente en la psique del niño.

"Ya sabíamos que 'fascistas' era el apodo de los del Artículo 58,
puesto en circulación por los perspicaces cófrades
 y aprobado con gusto por las autoridades":
(Solzhenitsyn, A., Archipiélago Gulag,
Barcelona, Tusquets, tomo II, 2005, p. 180). 

Casi todas las personas que en la actualidad se alimentan de la cultura y de los medios de comunicación del "antifascismo socioliberal filosionista" han nacido en una época en que la oligarquía había ya empezado a reescribir la historia o justamente en la fase de transición (los años 60) hacia una sociedad en que Auschwitz monopolizaría el centro del espacio público. Nos hemos acostumbrado a la impostura, la cual, por otro lado, sigue una curva ascendente en su peso mediático, educativo y cultural a medida que nos alejamos del hecho histórico a la que originariamente remite en teoría (unos edificios reconstruidos, supuestas cámaras de gas, en el campo de concentración de Auschwitz, Polonia). Pero la lógica, la objetividad, el acceso, todavía posible, a la literatura y el pensamiento anteriores al triunfo de la oligarquía, nos permiten cotejar datos y entender que "lo cotidiano" en el occidente contemporáneo no es "lo normal" desde ningún punto de vista racional, sino un estado de excepción moral y político que atenta contra el espíritu. Vivimos en un mundo orwelliano donde la mente del ciudadano ha sido colonizada por una serie de imágenes falaces imbuidas propagandísticamente e impuestas a los desafectos mediante la presión a la conformidad social y, en los casos de rebeldía extrema, mediante la amenaza penal -y la cárcel- o incluso la muerte. La característica central del sistema totalitario vigente es que, al poder controlar el alma de las gentes gracias sobre todo a los medios de comunicación, destruye en la mayoría precisamente la conciencia de vivir inmersos en el totalitarismoDe manera que la liberación no será política si no es primero espiritual, bien entendido que tampoco puede generar una incidencia histórica significativa mientras, en una suerte de espiral entre lo filosófico y lo político, no se consiga que el espíritu empape a las masas de alguna manera, provocando la única reacción eficaz digna de consideración a los efectos de una auténtica democracia, a saber, la revolución pacífica de la verdad y el derrocamiento sin sangre de la tiranía oligárquica. En definitiva, sólo seremos libres el día en que, aunque nos equivoquemos, podamos decir: "Auschwitz fue una mentira", sin que ello nos convierta en fascistas; pues, de hecho, no otra es la única superación posible del propio fascismo.

Jaume Farrerons
La Marca Hispànica
28 de febrero de 2011

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