lunes, octubre 31, 2011

La invención del holocausto en 1919 o el derecho a dudar




















¿Cuántas probabilidades podría haber de que en 1919 apareciera un artículo de prensa clamando por un inexistente e inventado holocausto de 6 millones de hebreos en Alemania y "sucediese realmente" eso, un "hecho" bautizado con la misma palabra y cifra exacta de víctimas, pero no en 1919, sino  en 1943? ¿Una posibilidad entre un billón? La verdad es que resultaría prácticamente imposible que se diera tal circunstancia de forma azarosa; y el más elemental sentido común fuerza a dudar sobre la existencia de un fraude, tan grave como el original, pero quizá organizado de forma algo más meticulosa. Sin embargo, preténdese, sin dar más explicaciones, que no se da fraude alguno, que tuvo lugar semejante "casualidad".  ¿Cómo?

El holocausto antes del holocausto

A nuestro entender, esa "casualidad" pertenecería, ora del mundo de la magia (y entonces olvidémonos de la historiografía científica), ora a las cloacas estatales de la manipulación de masas (y entonces no vivimos, desde hace ya mucho tiempo, en una democracia).

Pues bien, en efecto, lo relatado no procede del guión de una película, ha "ocurrido". El 31 de octubre de 1919, el político norteamericano Martin H. Glynn alertaba en "The Crucifixion of Jews Must Stop!" (!la crucifixión de los judíos debe cesar!), publicado por "The American Hebrew", sobre el "potencial" exterminio alemán de 6 millones de judíos; además, calificaba el "hecho" de "holocausto". No es el único anuncio milagroso ligado al vocablo "holocausto" y a la cifra de víctimas que luego iba a convertirse en "verdad obligatoria" para todos los historiadores que quisieran conservar su plaza funcionarial de profesores universitarios; un dígito, ese "6", se mantiene contra viento y marea a despecho de las aplastantes evidencias de exageración propagandística. Lo cierto es que los alemanes no dejaron morir de hambre a seis millones de judíos después de la Primera Guerra Mundial, como tampoco "devoraron" o cortaron los dedos de niños (bebés) belgas por mucho que las afirmaciones de la propaganda británica adoctrinaran a millones de personas en este sentido. Que después de la Segunda Guerra Mundial los alemanes hicieran lo que se les acusó en falso de hacer después de la Primera, suena poco menos que a cuento incluso para aquellos que, como nosotros, consideramos que la persecución nazi de los judíos y las víctimas judías de Hitler no son tampoco un puro invento. En cualquier caso, los historiadores no parecen tener respuesta frente a tales evidencias de estafa. Prefieren ignorarlas. Este silencio resulta sospechoso y no hará más que alimentar las crecientes dudas de la opinión pública sobre el relato oficial de Auschwitz en un momento en que la credibilidad de las democracias occidentales hace aguas por todas partes. !Va llegando la hora! Se aproxima el tiempo de la Gran Verdad. Cada minuto que pasa, está más cercana la revelación pública del mayor escándalo de la historia humana. Invito a todas las personas decentes a tomar partido; a poner su granito de arena para sentar en el banquillo de los acusados a los criminales genocidas impunes que en la actualidad, como insectos voraces, pueblan las instituciones públicas del mundo occidental robando, mintiendo y masacrando a víctimas inocentes mientras enarbolan, como patente de corso, la bandera del "antifascismo".


Una simple comprobación en Wikipedia permite verificar que el citado artículo de Glynn no es una treta de "perversos neonazis":


Da la medida, Glynn, de lo que es un politicrastro yanqui. Wikipedia parece incapaz de explicar el caso. Lo único que sugiere esta enciclopedia sionista universal es que las "coincidencias" del artículo de Glynn con el posterior relato oficial del holocausto (un escrito que, insistamos en ello, constituyó una patente denuncia falsa emitida por todo un gobernador del Estado de Nueva York) , han venido siendo explotadas por los negacionistas del genocidio judío:

The Crucifixion of Jews Must Stop! is an article by Glynn that appeared in the October 31, 1919, issue of The American Hebrew lamenting the poor conditions for European Jews after World War I. Glynn referred to these conditions as a potential "holocaust" and asserted that "six million Jewish men and women are starving across the seas". Because of these coincidences, the article has been exploited by Holocaust denial groups.

No se atreve, la mendaz Wikipedia, a dar una explicación lógica que abunde en dichas coincidences ("coincidencias"). Y no lo hace porque no existe ya sea la mera posibilidad de una tal argumentación. Para empezar, la entrada de Wikipedia ni siquiera aclara que las acusaciones de Glynn eran puras patrañas. Se nos presenta al mentiroso Glynn, y al diario que le publicó la fábula, "The American Hebrew", como personas e instituciones dignas de crédito a pesar de haber acusado fraudulentamente a Alemania de perpetrar un genocidio. No importa que Glynn difamara al Estado alemán con una calumnia de semejante calibre. Lo único que subraya Wikipedia es la "explotación" que los holocaust denial groups han hecho de las misteriosas "coincidencias" entre el relato (fraudulento) de Glynn y el relato (presuntamente cierto) del holocausto de 6 millones de judíos a manos del régimen nacionalsocialista.

El derecho a dudar

Antes de continuar quisiera recordar cuál es el destino de los disidentes y de los críticos de la utilización abusiva del mito del Holocausto como arma propagandística. Nada menos que un judío norteamericano, cuyos padres sobrevivieron al gueto de Varsovia, autor del libro, mundialmente famoso, La industria del holocausto:

http://nymag.com/news/intelligencer/41838/



Beached
The Coney Island exile of a scholar who would be Noam Chomsky, but isn’t.

By Ben Harris Published Dec 8, 2007 .

At 54, Norman Finkelstein is pretty much back where he started. This summer, the leftist scholar—who made a name for himself in 2000 with his book The Holocaust Industry, in which he called Jewish leaders a “repellent gang of plutocrats, hoodlums, and hucksters” intent on extorting war reparations from European governments—lost his job as assistant professor of political science at DePaul University. Fortunately, he kept the lease on his late father’s threadbare rent-stabilized apartment, on Ocean Parkway, and there he’s retreated.


“It’s like death,” Finkelstein says. “You keep saying you’re going to die, but you never really come to grips with it. And I can see I’m not going to get another job. I haven’t yet fully absorbed it.”


His days are now spent in solitary scholarly pursuits; his bookshelves buckle under the weight of tomes by Marx, Lenin, and Trotsky. Notes of support from his students sit on a piano; there’s a photo of him and Noam Chomsky (“my closest friend”) bare-chested on the beach at Cape Cod.


He was a Maoist revolutionary in his youth. By his own account, his academic career was bedeviled from the start by his politics: It took him thirteen years to wrest his doctorate from Princeton, since no faculty member would agree to advise him on his thesis, an analysis of Zionism. When he finally did earn the degree, none would write him a recommendation. He went on to take a series of adjunct posts—at Brooklyn College, Hunter, and NYU—rarely earning more than $20,000 a year.


At DePaul, where he arrived six years ago, his situation improved. But the success of The Holocaust Industry, which was translated into over two dozen languages and was a best seller in Germany, raised his profile, and the critics mobilized. Harvard’s Alan Dershowitz waged a fierce campaign against him, preparing a dossier of Finkelstein’s “clearest and most egregious instances of dishonesty.” Still, his department, and the college, recommended him for tenure. But the university’s promotion-and-tenure board voted 4-3 against him, and DePaul’s president refused to overturn the decision.


Afterward, Finkelstein says, he lost seventeen pounds. “People saw me wasting away,” he says. A student group held a hunger strike; Chomsky and others defended him. One of his colleagues made him a mix CD with tracks like “I Will Survive” and “What’s Goin’ On?” “I’m an old fan of the Negro spirituals,” Finkelstein says. “I was going around singing to myself, ‘Were you there when they crucified my Lord? Were you there?’ That’s how I felt. I was being crucified by the end.”


The son of survivors of the Warsaw ghetto and Nazi death camps, Finkelstein was raised in Borough Park and later Mill Basin, where he attended high school a few years behind Chuck Schumer. His parents became atheists after the war.


His new building remains heavily Jewish. A friend of Finkelstein’s father once approached him in the lobby and urged him to tone it down. “Norman,” he told him, “you’re getting older, and all the old-age homes are owned by Jews. If you keep this up, you’re not going to have anywhere to go.”


¿No son las vergonzantes represalias sobre las que incide este artículo un inequívoco indicio de fraude entorno al holocausto? ¿Por qué se persigue, en una "democracia", a académicos judíos con familiares afectados por la persecución nazi, sólo porque han denunciado la exageración, el uso y abuso, la manipulación, etc., de dicho genocidio en provecho de una organización criminal, a saber, el Estado de Israel? ¿Existe realmente libertad de pensamiento en occidente? ¿Podemos cuestionarnos determinadas materias sujetas a opinión y debate sin temor a ser sometidos a ostracismo profesional, muerte civil o incluso algo peor?

Otro testimonio de que la crítica de ciertos dogmas no responde necesariamente a "oscuras intenciones", sino que puede estar motivada por un afán de arrojar luz sobre hechos, ideas y procesos varios, por la voluntad, en una palabra, de reivindicar la verdad, la justicia y la libertad, lo ofrece la figura de James Petras. ¿Escucharía alguien sin sonreír la acusación de que Petras es un neonazi encubierto, un querulante buscapleitos, problemático y conflictivo, que sólo pretende atormentar a los judíos, y así la encarnación del "mal radical", del "fascismo"? Sin embargo, vénse algunas de las tesis sobre el sionismo (y su nefasta influencia en la política de los Estados Unidos de América) de este sociólogo de izquierdas:

http://izquierdanacionaltrabajadores.blogspot.com/2011/12/james-petras-el-sionismo-es-el.html

http://izquierdanacionaltrabajadores.blogspot.com/2011/01/informe-petras-6-9-2010.html

Quisiera puntualizar y aclarar estas cuestiones para que no quede ningún resquicio de duda respecto de cuál es el campo ético y político donde cultivo mi crítica filosófica, sin que ello implique que comparta al cien por cien las posturas de Petras o Finkelstein. Dicho espacio simbólico es el de la izquierda nacional democrática, adversaria del capitalismo financiero, la globalización y el Estado de Israel. Sólo aspiro a subrayar la posibilidad de una filosofía crítica auténtica que apele a la verdad racional, la justicia social y la libertad democrática como valores supremos; a demostrar que no se debería ser necesariamente sospechoso, incluso cuando cuestiónase la historia oficial del fascismo (adulterada para servir a los propósitos de auténticos genocidas), de militar en la extrema derecha. No es menester oponerse a la democracia griega como concepto -todo lo contrario- a efectos de atacar la ideología sionista, es decir, aquella construcción teórica doctrinaria que sustenta la mitología de los criminales que gobiernan el hemisferio occidental desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Ahora bien, ¿qué pasaría si un fascista dijera la verdad? ¿Dejaría de ser verdad la verdad por la idiosincrasia política del sujeto que la sustenta? ¿A qué tipo de pensamiento pre-ilustrado habría que acudir para refutar un argumento con la coartada de que quien lo proclama "es de extrema derecha"?

!Pero, agárrense, esa "refutación" se utiliza! !Vaya si se utiliza en nuestras "democracias" burguesas pagadas de su racionalidad y la boca siempre repleta a rebosar de imputaciones de irracionalismo contra los "nazis"! Y se la utiliza no con cualquiera. Voy a acreditar lo dicho con el caso de Noam Chomsky, el lingüista más importante del planeta, alguien que, para más inri, es también judío y de izquierdas. También a él le acusan de "nazi" las hordas de sionistas y filosionistas. Célebre y clásico es ya el opúsculo Compañeros del odio: Chomsky y los negadores del holocausto (1985), de Werner Cohn:

http://www.liberalismo.org/articulo/47/14/4/companeros/odio/noam/chomsky/negadores/

http://revista.libertaddigital.com/chomsky-defensor-del-nazismo-1276229172.html

http://espanaisrael.blogspot.com/2011/03/chomsky-defensor-del-nazismo.html

Reproducimos aquí íntegro el infame panfleto de Gorka Etxeberría; que cada cual que juzgue por sí mismo quienes son aquí en realidad los "compañeros del odio":

Para entender la curiosa relación de Chomsky con los neonazis hay que explicar brevemente quién es Robert Faurisson a quien Chomsky ha defendido públicamente hasta el punto de prologar uno de los más insidiosos títulos del profesor francés. Faurisson, fue catedrático de Literatura en Lyon pero fue expulsado por su atroz antisemitismo.



Chomsky en su odio hacia los Estados Unidos e Israel ha llegado a caer en el antisemitismo y en apología de los neonazis. En este artículo comentaremos lo más granado del ensayo de Werner Cohn, Chomsky and the Holocaust Denial, publicado en el libro The Anti-Chomsky Reader en el que explica la relación del famoso lingüista estadounidense con la extrema derecha francesa.


La editorial Institute for Historical Review, una organización neonazi que se dedica a negar la existencia del Holocausto judío, ha publicado varios títulos de Chomsky ya que según ellos, el profesor del MIT, “arroja luz como ningún otro, sobre Israel, el sionismo y la complicidad estadounidense”. Pero este no es el único elogio que le dispensan los neonazis.

Para entender la curiosa relación de Chomsky con los neonazis hay que explicar brevemente quién es Robert Faurisson a quien Chomsky ha defendido públicamente hasta el punto de prologar uno de los más insidiosos títulos del profesor francés.

Faurisson, fue catedrático de Literatura en Lyon pero fue expulsado por su atroz antisemitismo. Este oscuro personaje que califica a la negación del Holocausto de “revisionismo” ha llegado a decir que las cámaras de gas con las que Hitler se quitó de encima millones de judíos, son un mito propiciado por Israel y el sionismo. Entre otras de sus mentiras se encuentra la de que si Hitler actuó contra los judíos fue, en todo caso, porque aquellos querían acabar con él. Como se pueden imaginar el cúmulo de demandas por difamación que acumula este nazi, se cuentan por decenas. A Faurisson le da un poco igual porque parece que cuenta con un prestigioso adalid de su causa.


Según el ayatolá de la izquierda irredenta, hay que defender a Faurisson por mor de la libertad de expresión. Así ha llegado a aseverar que “quien defiende la libertad de expresión no tiene por qué ser especialmente responsable o estar familiarizado con los puntos de vista que defiende”. Evidentemente, este principio de tolerancia tiene un tope, no defender a aquellos que mienten y justifican el asesinato en masa. Lo triste del caso es que Chomsky firmó y promovió un manifiesto en defensa de Faurisson en el que las perlas brillaban por doquier: “el doctor Faurisson ha sido objeto de una cruel campaña de acoso (...)” a pesar de que “desde 1974 ha venido estudiando minuciosamente (sic) el tema del Holocausto”.


Junto con estos detalles que denotan que Chomsky tiene cierta atracción por el totalitarismo, se encuentran otros aún más sorprendentes como el hecho de que el profesor del MIT quisiera que la publicación de uno de sus libros en Francia, The Political economy of Human Rights, corriera a cargo de una editorial de dudoso prestigio, salvo entre los más recalcitrantes antisemitas, La Vieille Taupe. Por si esto fuera poco, podemos añadir que llegó a calificar en un texto titulado “Varios comentarios elementales acerca del derecho a la libertad de expresión”, a Faurisson como “una especie de progresista político”. Este texto acabaría prologando el libro Mémorie en Défense de Faurisson (1980).


Quizá Chomsky tenga una doble faz que le lleve a defender lo indefendible con el aplomo y la vitalidad de un ario (a pesar de ser judío), si no, no se entendería por qué un izquierdista de pro puede asegurar que no aprecia “implicaciones antisemitas en el hecho de negar la existencia de las cámaras de gas o incluso en el de negar el Holocausto. Ni tampoco es una implicación antisemita decir que se está aprovechando el Holocausto (se crea que ocurrió o no) de forma agresiva por parte de apologistas de la violencia y la represión israelíes” para acabar añadiendo que no encuentra “ningún indicio de antisemitismo en el trabajo de Faurisson” (sic).

Probablemente la teoría más acertada de por qué Chomsky es realmente un antisemita como lo fue Marx, es la influencia que la rama del trotskismo, el “Marlenismo” ha ejercido en este personaje. Los Marlenistas según uno de sus primeros miembros, George Spiro, no eran más que un “puñado de antisemitas” tal y como lo recoge Cohn en su ensayo. También Rosa Luxemburgo, Karl Korsch, Paul Mattick y Antón Pannekoek, son autores de culto para Chomsky, curiosamente, algunos de los guías espirituales de los “revisionistas”.

Este es el Chomsky que pocos conocen, un personaje lleno de una ira y odio comparable a la de los neonazis. No obstante, parafraseando a Bugs Bunny, esto no es todo, amigos, porque aún nos queda mucho más que contar de este ídolo de la izquierda, como su apología del genocidio de los jemeres rojos en Camboya o la justificación del atentado del 11 de Septiembre de 2001.

Cartel yanqui de propaganda antialemana
durante la I Guerra Mundial
Algo grave tiene que estar cociéndose en el corazón mismo de las "democracias burguesas" cuando a un científico de la talla de Chomsky, lingüista de reconocida competencia y fama mundial, se le cuestiona su autoridad intelectual para ponderar si Faurisson está estudiando el tema del holocausto de foma minuciosa o no. Chomsky afirma que el trabajo de Faurisson es serio, léase: científico. Ahora bien, conviene subrayar que Faurisson niega la narración "oficial" del holocausto. Por tanto, la conclusión -a la que uno llega sin necesidad de entrar en el fondo material del asunto- es que aquí debe de abrirse, como poco, un legítimo interrogante en torno al tema de marras. El derecho a rechazar el dogma, a dudar, se convierte en una cuestión de principio, de autonomía intelectual e incluso de dignidad personal. Porque el sistema ha colapsado ya hace mucho tiempo en su núcleo ideológico, mas no tanto por la cuestión de si el holocausto existió o no o de si en Auschwitz se mataba a los judíos así o asá, cuanto por los métodos que la oligarquía utiliza para difamar, perseguir, encarcerlar, agredir e incluso asesinar a quienes -cualquiera que sea su perfil político- aborden la materia científica de la historia contemporánea desde planteamientos no ortodoxos.

A continuación reproducimos íntegro en francés el manifiesto de Chomsky en defensa de la libertad de expresión de Robert Faurisson, negacionista del holocausto al que Chomsky, sin embargo, no considera que pueda acusársele de antisemita (ni, por lo tanto, de nazi). Fue publicado como "aviso" en la obra de Faurisson Mémoire en défense (1980):

QUELQUES COMMENTAIRES ÉLÉMENTAIRES SUR LE DROIT A LA LIBERTÉ D'EXPRESSION

Les remarques qui suivent sont tellement banales que je crois devoir demander aux gens raisonnables qui viendraient à les lire de bien vouloir m'excuser. Mais s'il se trouve pourtant quelques bonnes raisons de les mettre noir sur blanc, et je crains que ce soit bien le cas, elles apportent un témoignage sur quelques aspects remarquables de la vie intellectuelle française d'aujourd'hui.


Avant d'en arriver au sujet sur lequel on me demande mon avis, deux mises au point sont nécessaires. Les remarques qui vont suivre se situent à l'intérieur de limites qui sont importantes à deux points de vue. D'abord, je ne traite ici qu'un sujet précis et particulier, à savoir le droit à la libre expression des idées, des conclusions et des croyances. Je ne dirai rien ici des travaux de Robert Faurisson ou de ses critiques, sur lesquels je ne sais pas grand-chose, ou sur les sujets qu'ils traitent, sur lesquels je n'ai pas de lumières particulières. En second lieu, j'aurai quelques commentaires désagréables (mais mérités) à faire à l'égard de certains secteurs de l'intelligentsia française qui ont montré qu'ils n'éprouvaient aucun respect pour les faits ou pour la raison, comme j'ai eu l'occasion de l'apprendre à mes dépens en des circonstances sur lesquelles je ne reviendrai pas. Ce que j'aurai à dire ne s'applique certainement pas à beaucoup d'autres qui continuent sans défaillance à faire preuve d'intégrité intellectuelle. Je n'entrerai pas ici dans le détail. Les tendances dont je parle sont, je crois, assez significatives pour mériter que l'on s'en préoccupe, mais je ne voudrais pas que l'on se méprenne sur mes commentaires et qu'on les applique au-delà du cadre dans lequel je les formule.

On m'a demandé, il y a quelque temps, de signer une pétition pour la défense de la "liberté de parole et d'expression" de Robert Faurisson. La pétition ne disait absolument rien sur le caractère, la qualité ou la validité de ses recherches, mais se cantonnait très explicitement à la défense de droits élémentaires qui sont considérés comme acquis dans les sociétés démocratiques; elle demandait à l'Université et aux autorités de faire tout leur possible pour garantir la sécurité de Faurisson et le libre exercice de ses droits légaux ("do everything possible to ensure Faurissons safety and the free exercice of his legal rights"). Je l'ai signée sans hésitation.

Le fait que j'ai signé cette pétition a soulevé une tempête de protestations en France. Un ancien stalinien, qui a changé d'allégeance mais non de style intellectuel, a publié, dans Le Nouvel Observateur, une version grossièrement falsifiée du contenu de la pétition, au milieu d'un torrent de faussetés qui ne méritent aucun commentaire. J'en suis venu à considérer cela comme normal. J'ai été beaucoup plus surpris de lire dans Esprit (septembre 1980) que Pierre Vidal-Naquet trouve la pétition "scandaleuse", en mentionnant en particulier le fait que je l'avais signée. (Je n'entrerai pas dans la discussion d'un article du directeur de la revue, dans le même numéro, qui ne mérite pas non plus de commentaire, au moins pour ceux qui conservent un respect élémentaire pour la vérité et l'honnêteté.)


Vidal-Naquet ne donne qu'une et une seule raison de trouver la pétition, ainsi que ma signature, "scandaleuse": la pétition, dit-il, présente les conclusions "de Faurisson comme si elles étaient effectivement des découvertes" (p. 52). L'affirmation de Vidal-Naquet est fausse. La pétition disait simplement que Faurisson "avait rendu publiques ses conclusions" ( "Since he began making his findings public "), ce qui est indiscutable, mais qui ne dit ou n'implique rien de précis sur leur valeur, et qui n'implique rien sur leur validité. Il est possible que Vidal-Naquet ait été induit en erreur par une mauvaise compréhension du texte en anglais de la pétition, c'est-à-dire qu'il s'est peut-être mépris sur le sens du terme "findings". Il est assez évident que, si je dis que quelqu'un a présenté ses findings (conclusions), je n'implique absolument rien quant à leur caractère ou leur validité; l'affirmation est parfaitement neutre à cet égard. Je suppose que c'est en effet une simple incompréhension du texte qui a amené Vidal-Naquet à écrire ce qu'il a écrit et que, dans ce cas, il ne manquera pas de retirer publiquement son accusation selon laquelle j'aurais (et d'autres comme moi) fait quelque chose de "scandaleux" en signant une pétition inoffensive sur les droits civiques, dans le genre de celles que nous signons tous très souvent.

Faurisson tras una agresión de los "demócratas"
Je ne m'attaque pas à des personnes. Supposons donc qu'un individu trouve effectivement cette pétition "scandaleuse", non pas à cause d'une question d'interprétation, mais en raison de ce qu'elle dit réellement. Supposons que cet individu trouve les idées de Faurisson choquantes, et même effroyables, et qu'il juge scandaleuse sa façon de faire des recherches. Supposons même qu'il ait raison d'en arriver à ces conclusions - qu'il ait raison ou non est dépourvu de la moindre importance dans ce contexte-ci. Nous devons en conclure que l'individu en question croit que la pétition était scandaleuse parce que Faurisson devrait effectivement être privé du droit normal de s'exprimer, qu'il devrait être chassé de l'Université, qu'il devrait être tracassé et même soumis à des violences physiques, etc. Une telle attitude n'est pas rare. Elle est typique, par exemple, des communistes américains et de leurs homologues d'autres pays. Parmi les gens qui ont appris quelque chose du dix-huitième siècle (voyez Voltaire), il va de soi, sans même qu'on songe à le discuter, que la défense du droit à la libre expression ne se limite pas aux idées que l'on approuve, et que c'est précisément dans le cas des idées que l'on trouve les plus choquantes que ce droit doit être le plus vigoureusement défendu. Soutenir le droit d'exprimer des idées qui sont généralement acceptées est évidemment à peu près dépourvu de signification. Tout cela est parfaitement compris aux Etats-Unis et c'est pourquoi il n'y a rien ici qui ressemble à l'affaire Faurisson. En France, où la tradition des libertés civiles est loin d'être solidement établie et où des tendances profondément totalitaires ont travaillé l'intelligentsia pendant de nombreuses années (la collaboration, la grande influence du léninisme et de ses avatars, l'aspect quasi délirant de la nouvelle droite intellectuelle, etc.), les choses sont apparemment très différentes.


Pour ceux qui s'intéressent à la situation de la culture intellectuelle en France, l'affaire Faurisson n'est pas dépourvue d'intérêt. Deux comparaisons viennent immédiatement à l'esprit. La première est la suivante: j'ai souvent signé des pétitions, qui effectivement allaient très loin, en faveur de dissidents russes dont les points de vue étaient absolument effroyables: partisans de la sauvagerie américaine au moment où elle ravageait l'Indochine, ou de politiques favorables à la guerre nucléaire, ou d'un chauvinisme religieux qui rappelle le Moyen Age. Personne n'a jamais soulevé d'objection. Si quelqu'un l'avait fait, j'aurais regardé cela avec le même mépris que mérite le comportement de ceux qui dénoncent la pétition en faveur des droits civils de Faurisson, et pour les mêmes raisons. Mais lorsque je dis que, quelles que puissent être ses opinions, Faurisson a des droits qui doivent être garantis, on considère cela comme "scandaleux" et on en fait toute une histoire en France. La raison de cette distinction est assez évidente. Dans le cas des dissidents russes, l'Etat (nos Etats) approuve ce soutien, pour des raisons qui lui sont propres, qui n'ont pas grand-chose à voir, inutile de le dire, avec un quelconque souci pour les droits de l'homme. Mais, dans le cas de Faurisson, la défense de ses droits n'est pas une doctrine approuvée officiellement, loin de là, en sorte que des secteurs de l'intelligentsia, qui adorent se mettre en rang et marcher au pas, ne voient nullement le besoin de prendre une position qu'ils acceptent sans réserve quand il s'agit des dissidents soviétiques. Il peut y avoir en France d'autres facteurs: peut-être une culpabilité lancinante à l'égard du comportement honteux de certains sous le régime de Vichy, le manque de protestation contre la guerre française en Indochine, l'impact durable du stalinisme et des doctrines de genre léniniste, le caractère étrange et dadaïste de certains courants de la vie intellectuelle dans la France de l'après-guerre, qui semblent faire du discours rationnel un passe-temps bizarre et inintelligible, le vieil antisémitisme qui explose maintenant avec violence.


Une seconde comparaison vient aussi à l'esprit. Il est rare que je dise du bien de l'intelligentsia dominante aux Etats-Unis, qui ressemble généralement à ses équivalents dans d'autres pays. Il est pourtant très éclairant de comparer les réactions françaises à l'affaire Faurisson et le phénomène identique que nous avons ici. Aux Etats-Unis, Arthur Butz (que l'on peut considérer comme l'équivalent américain de Faurisson) n'a pas été soumis au genre d'attaques impitoyables qu'on a lancées contre Faurisson. Quand les historiens révisionnistes ( "no-holocaust ") ont tenu une large réunion internationale, il y a quelques mois, aux Etats-Unis, il ne s'est rien passé qui aurait ressemblé à l'hystérie qui a entouré en France l'affaire Faurisson. Lorsque le Parti nazi américain appelle à un défilé dans la ville largement juive de Skokie (Illinois), ce qui est manifestement une pure provocation, l'American Civil Liberties Union [l'équivalent de la Ligue des droits de l'homme, N.d.T.] défend le droit de défiler (ce qui rend évidemment furieux le Parti communiste américain). Pour autant que je le sache, il en va de même en Angleterre ou en Australie, pays qui comme les Etats-Unis ont une tradition vivante de défense des libertés. Butz et les autres sont l'objet de critiques et de condamnations (intellectuelles) sévères, mais sans que l'on s'en prenne, à ma connaissance, à leurs libertés. Il n'est nul besoin, dans ces pays, d'une pétition inoffensive comme celle que l'on trouve "scandaleuse" en France, et s'il y avait une telle pétition elle ne serait sûrement pas attaquée, sauf dans des cercles minuscules et insignifiants. La comparaison est éclairante. Il faudrait essayer de la comprendre. On peut, peut-être, tirer argument du fait que le nazisme et l'antisémitisme sont plus menaçants en France. Je pense que c'est vrai mais que c'est justement une répercussion des mêmes facteurs qui ont amené au léninisme de larges secteurs de l'intelligentsia française pendant longtemps, de leur mépris pour les principes élémentaires de la défense des libertés aujourd'hui et du fanatisme avec lequel ils sont prêts maintenant à emboucher les trompettes de la croisade contre le tiers monde. Il y a donc des courants totalitaires profondément inscrits qui émergent sous des apparences variées. Voilà un sujet qui mérite, je crois, encore beaucoup de réflexions.


Je voudrais ajouter une remarque finale au sujet du prétendu "antisémitisme" de Faurisson. Remarquons d'abord que même si Faurisson se trouvait être un antisémite acharné ou un pronazi fanatique - et ce sont des accusations que contenait une correspondance privée qu'il ne serait pas convenable de citer en détail ici - cela n'aurait rigoureusement aucune conséquence sur la légitimité de la défense de ses droits civils. Au contraire, cela rendrait leur défense d'autant plus impérative puisque, encore une fois, et c'est l'évidence depuis des années, depuis des siècles même, c'est précisément le droit d'exprimer librement les idées les plus effroyables qui doit être le plus vigoureusement défendu; il est trop facile de défendre la liberté d'expression de ceux qui n'ont pas besoin d'être défendus. En laissant de côté cette question centrale, on peut se demander si Faurisson est vraiment un antisémite ou un nazi. Comme je l'ai dit, je ne connais pas très bien ses travaux. Mais, d'après ce que j'ai lu, en grande partie à cause de la nature des attaques portées contre lui, je ne vois aucune preuve qui appuierait de telles conclusions. Je ne trouve pas non plus de preuve crédible dans les documents que j'ai lus le concernant, que ce soit dans des textes publiés ou dans des correspondances privées. Pour autant que je puisse en juger, Faurisson est une sorte de libéral relativement apolitique. Pour étayer cette accusation d'antisémitisme, on m'a informé que l'on a le souvenir d'une lettre de Faurisson que certains interprètent comme ayant des implications antisémites, au moment de la guerre d'Algérie. Je suis un peu surpris de voir que des gens sérieux peuvent avancer de telles accusations - même en privé - et les considérer comme suffisantes pour traiter quelqu'un d'antisémite bien connu et de longue date. Je ne vois rien dans les textes publiés qui justifie de telles accusations. Je ne m'étendrai pas plus mais supposons que nous appliquions de telles procédures à d'autres gens, en leur demandant par exemple quelle était leur attitude face à la guerre française en Indochine, ou au stalinisme. Il vaut peut-être mieux s'arrêter là.


Noam Chomsky, Cambridge (U. S. A.), 11 octobre 1980

El cuadro descrito por Chomsky debería ser suficiente para hacer dudar del "dogma sionista" -llamémosle así- a cualquier persona honesta, al "ciudadano desconocido" que, normalmente, quédase satisfecho con las burdas estigmatizaciones mediáticas de que son víctimas los "disidentes occidentales". La gente común debería entender, sin entrar en la materia objeto de discusión, que una democracia de verdad no puede represaliar profesores y luego denunciar a Rusia por el caso Solzhenitsyn. Se trata de una cuestión de sentido común que, insisto, no obliga a tener que pronunciarse sobre los extremos (el presunto holocausto) que estudia el profesor Faurisson. Despojado de su plaza universitaria, difamado, agredido, procesado, arruinado económicamente por no compartir un dogma ideológico, todo ello bajo un presunto régimen de libertades, la pregunta sobre la validez de una ideología que debe recurrir a tales métodos para silenciar a Faurisson y, en general, imponerse a sus críticos, antójase perfectamente legítima. Y Chomsky ha dejado claro que la cosa no cambiaría mucho si Faurisson fuera efectivamente "nazi", a pesar de que nada de lo dicho por el historiador revisionista francés acredita, a juicio de Chomsky -un juicio autorizado científicamente- la acusación de antisemitismo. Ahora bien, si "se puede ser negacionista sin incurrir en nazismo (=pecado)" -Chomsky dixit- y quien así argumenta es uno de los intelectuales más prestigiosos de occidente, entonces detéctase ya un conflicto de hondas raíces entre la razón ilustrada y las instituciones democráticas. Estamos asistiendo a un tránsito de la validez a la mera "vigencia" del aparato jurídico y político actual. El poder se apiña a un lado y la inteligencia, poco a poco, a otro. En medio, la crisis de la narración del holocausto, el mito fundacional del sistema oligárquico transnacional, puesto en cuestión y seriamente desacreditado, converge con la crisis económica y de legitimidad del dispositivo de dominación pública erigido por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial.

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